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Las reformas como problema, en Eduardo Dargent

Publicado: 2023-03-23

“El páramo reformista”de Eduardo Dargent es un ensayo sobre las dificultades que es preciso reconocer y enfrentar para reformar al Estado en el Perú. Es un ensayo que parte de la necesidad de introducir cambios drásticos en el sistema público. Por cierto Eduardo, en el subtítulo, anuncia abordar el desafío en clave pesimista. El pesimismo de Eduardo, sin embargo, no es una cuestión de actitud. El pesimismo al que se refiere Eduardo remite a una lectura descarnada de los dispositivos que, por sedimentación, vienen boicoteando nuestras posibilidades para agregar al sistema esa institucionalidad que nos hace falta para convertir los ciclos de crecimiento lineal como los que hemos tenido en ciclos de desarrollo propiamente dicho (página 21).

Las reformas que Eduardo estima necesario abordar se relacionan con las limitaciones del “consenso de Lima” (página 23 nota 2). El “consenso de Lima” al que se refiere Eduardo es esa suerte de acuerdo práctico establecido durante la transición del año 2000 asumiendo la continuidad de las reformas económicas de los años 90. El “consenso de Lima” fue construido desde una “fe en el mercado” que llegó a creer que crecíamos en “piloto automático”. Es una fe que llegó a acuñar el “mantra de las soluciones privadas” (página 18). Eduardo nota que estas supuestos, que han vuelto conservadores a los liberales de los 90, conducen a desconfiar permanentemente del Estado. Establecido de esta manera el “consenso de Lima” no tiene herramientas suficientes para “salir de una serie de trampas y taras que nos hacen una sociedad desigual, insuficiente, precaria” (página 22).

“El crecimiento [anota Eduardo] es con frecuencia ciego ante procesos de debilitamiento institucional” que se producen en su propio entorno (página 25). Esa ceguera genera “tensiones” entre el crecimiento “y la importancia de la política”, que difícilmente es tal si no es en referencia al Estado (página 54). El crecimiento no puede hacerse cargo de “la presión política y social” que aumenta a su alrededor ni puede hacerse cargo de las “serias limitaciones para ganar legitimidad” que se multiplican en un entorno caracterizado por la desigualdad (página 27). “El modelo como está ahora [concluye Eduardo] no desarrolla actividades y sectores que pueden generalizar el bienestar y la riqueza de manera más extendida” (página 26).

La apuesta de Eduardo va en sentido contrario a los supuestos del consenso del Lima: Se trata de “construir capacidad estatal” y “humana” que conduzca al fortalecimiento “de un Estado que pueda implementar leyes y políticas”. Eduardo persigue promover “procesos y políticas que produzcan cambio y bienestar mientras [se] refuerza y profesionaliza al propio Estado” (página 23, 30 y 48). Para Eduardo hay que hacer ambas cosas a la vez “[h]ay que avanzar hacia un Estado que sea capaz de regular, fiscalizar a estos poderes formales e informales, y contar con una presencia efectiva en el territorio. Hay que construir carreras burocráticas que permitan contar con profesionales competentes, capaces de tomar distancia de políticos electoreros y actores privados. Es necesaria una justicia que resuelva disputas, controle la corrupción, garantice los contratos y proteja de los abusos, así como fuerzas de seguridad que hagan respetar la ley y los derechos al tiempo que reducen drásticamente la corrupción en su interior” (página 49).

Para hacerlo es imprescindible “construir poder” (página 32), porque los cambios no se van a producir limitándonos a generar leyes o textos constitucionales o promoviendo estrategias de educación en valores. Para Eduardo todas estas cosas pueden ser necesarias, pero solo si el Estado, a la vez que las aprueba, logra convertirse en garante sostenido de su implementación, ajuste, corrección y desarrollo. Eduardo recuerda la metáfora de Mario Montalbetti; “el barril y las manzanas”: No se trata solo de hacer algunos cambios (retirar manzanas) porque el barril volverá a pudrir las nuevas. Tampoco de cambiar el barril, porque las manzanas harán lo propio (página 28 y siguientes). Es preciso hacer ambas cosas a la vez: atacar a las manzanas podridas al mismo tiempo que curamos el barril. El sistema “se defiende” (página 31) generando resistencia, absorbiendo los cambios y reproduciendo sus propias condiciones. El desafío de las reformas será siempre el desafío de cambiar al Estado mismo mientras lo reformamos. Y eso solo será posible si las reformas atacan no solo conceptos y procesos sino el propio fundamento de las relaciones sociales y de los redes de intereses que le alimentan.

Para Eduardo “Reformar es un tema de poder, se requieren procesos de cambio profundos y sostenidos que puedan afectar intereses de los beneficiados por el status quo” (página 36). “Para lograr mejoras [sigo citándolo] se requieren cambios que sean capaces de afectar poderes muy asentados en la sociedad sean políticos, económicos o ilegales” (página 38).

Las reformas son entonces necesarias en el momento en que nos encontramos. Pero Eduardo repara en que incluso aquellas que podrían no tener demasiadas objeciones técnicas o reservas ideológicas o programáticas, las que se requieren para dar forma a sectores básicos como educación, salud, infraestructura de agua, saneamiento y electrificación (la lista en la página 53) discurren por procesos vulnerables, frágiles.

La fragilidad de estos procesos se ilustra en la apertura del ensayo con la censura al ministro Jaime Saavedra (páginas 17 y ss). Imposible pasar por alto que Saavedra fue el único ministro en nuestra historia reciente que había pasado sin solución de continuidad de un gobierno, el de Ollanta Humala, a otro de signo distinto, el de Pedro Pablo Kuczunski. Eduardo muestra el despliegue de la idea de Saavedra sobre la educación como un caso que describe el diseño y lanzamiento de una política pública en forma que además logra convertirse en transversal, en común a diferentes perspectivas. Pero la fragilidad de su soporte, el Estado intriga contra el proceso y no ofrece resistencia alguna a un embate impulsado por razones enteramente subjetivas: El fujimorismo, en aplastante mayoría al comenzar el 2016, eligió a Saavedra para probar su capacidad para imponerse. Y este ejercicio de poder no tuvo oposición entre aquellos a los que Eduardo llamada “los libertarios” (los liberales los 90 que devinieron en conservadores en el XXI) ni entre los empresarios ni en una izquierda que sea mostró destinada a reproducirse en medio de sesgos que confunden las reformas con el reforzamiento del archi enemigo: el modelo neo liberal.

La escena, al describir a sus actores, abre paso en la segunda parte del libro para describir la forma en que tres puntos de vista establecidos, los que corresponden a los “conservadores populares”, los “libertarios criollos” y los “izquierdistas dogmáticos” (página 30; también páginas 59 y ss) se convierten en factores que obstaculizan la sostenibilidad de reformas básicas.

Para Eduardo “… el cambio es posible, pero es difícil, complejo y lleno de resistencia” (página 28). Además en el presente se enfrenta a las consecuencias de la pandemia, que “fue como haber caído en un hoyo dentro de otro hoyo (página 32).

Contra las advertencias aparentes del sub título, el texto termina en un entusiasmo contagiante: “considero que si hay una ruta reformista para quien quiera tomarla, que puede ser más atractiva y segura que gobernar en esta mediocre continuidad” (página 129). Esa ruta consiste en “apostar por iniciar cambios ambiciosos y armar coaliciones de reforma”. Para Eduardo nuestra situación “[s]e comienza a arreglar construyendo cierto futuro compartido, promoviendo formas de solidaridad básica que aglutinen una comunidad que sostenga las reformas en el tiempo y que lleve a un equipo de gobierno que refleje y atienda esas urgencias” (página 130). El texto termina invitando a formar “una buena coalición” para poder gobernar “con una mirada de mediano plazo”. Anuncia que “construir esta demanda desde la ciudadanía es clave para reducir la discrecionalidad, el abuso y la corrupción de quienes nos gobiernan” (página 131).

Eduardo cierra el ensayo anunciando una vía para intentarlo: La formación de una nueva demanda de cambios basada en nuevas coaliciones ciudadanas. Las coaliciones a las que se refiere Eduardo como alternativa no son las “coaliciones de independientes” de Mauricio Zavaleta. No se trata de pactos de interés provisionales basados en la común intención de ganar posiciones. Se trata más bien de la formación de colectivos organizados sobre objetivos de reformas que sean capaces de pararse frente al Estado a demandarlas y formas con esas demandas el espacio para el reconocimiento y la acción práctica.

Eduardo, en realidad, lo anunció desde el principio del texto: “este trabajo [le cito] busca convencerlos de que estamos en un camino cuesta arriba, donde es mucho más fácil fracasar en sacar adelante reformas que en tener éxito. Mucho mas problema que posibilidad” (página 27).

Advertencia recibida. Pero en lugar de espantarnos, nos invita a intentarlo.

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Escrito por

César Azabache

Conduce "Conversaciones desde la coyuntura" y "En Coyuntura".Tiene una columna de opinión en La República y publica en espacios digitales.


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