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¿Cuánta desigualdad tolera la democracia?

Reseña a un ensayo de Ricardo Cuenca

Publicado: 2023-03-23

Presentamos ahora “Argumentos filosóficos sobre la desigualdad”, una suerte de introducción conceptual que Ricardo Cuenca publicó como ensayo y a la vez segunda introducción a un texto imprescindible: “Las desigualdades en el Perú, balances críticos”, una compilación dirigida él y por Julio Cotler (Lima, IEP 2011).

Además de los textos de Cotler y Ricardo aparecen aquí trabajos de Martín Tanaka, Ludwig Huber, María Isabel Remy, Carlos de los Ríos, Patricia Ames y Carolina Belaúnde. En general los ensayos que reúne este libro exploran lecturas de nuestro entorno desde la desigualdad, postulada como un concepto situado, es decir, una construcción delimitada en referencia a un contexto en particular (el nuestro) que reúne suficiente fuerza explicativa para abordar ese mismo contexto en los componentes que lo organizan.

En nuestra sociedad la desigualdad se impone en el plano de la vida cotidiana. Su carga hace que necesitemos una herramienta que nos permita abordarla no solo un hecho o un estado, sino como un problema que requiere soluciones prácticas en atención a las personas; a la forma en que ellas la padecen. La igualdad que busca Ricardo no es la normativa, la “anti estamental” que se construyó a partir de las proclamas de la ilustración establecidas para derrocar al antiguo régimen en la Europa del XVIII. Es innegable que la igualdad de la Ilustración, la normativa, cumplió una función positiva al desterrar un componente fundamental de un sistema basado en dogmas sobre el nacimiento, la voluntad de Dios o el derecho natural. La igualdad normativa abrió el espacio para la construcción de esquemas racionales orientados a organizar la la actividad pública en direcciones específicas. Como eje del inicio de la modernidad la igualdad normativa abrió el espacio para una eticidad basada en la razón; en la responsabilidad. Pero el proceso iniciado con la ilustración, la modernidad, incluyó límites. Y uno de los principales es precisamente el que define la distancia entre la igualdad concebida “como artefacto filosófico” y la construcción de una sociedad justa e igualitaria como meta (citando a Walzer, 1993).

Ricardo busca pistas para construir una idea de la igualdad que supere los límites que resultan de esa aproximación puramente normativa que la limita a su papel como “artefacto filosófico”. La búsqueda se orienta hacia una construcción dinámica, una que permita reconocer inequidades en la forma específica de la sociedad y al mismo tiempo dar fundamento a una aproximación a lo público que marque como objetivo tamizarla en sus expresiones más crueles. La opción primera busca y encuentra espacio en la teoría de la justicia a partir de teoría de la imparcialidad de Rawls, en tanto ella ofrece espacio para reclamar la igualdad como un factor instalado en el centro del debate sobre lo justo en común: “Esta idea rawlsiana de identificación de bienes simbólicos y de búsqueda de bienestar común me permite abordar más específicamente el problema moral y el problema político, que se ubican en el fundamento principal de la noción de ‘desigualdad’, concluye Ricardo (página 35).

Sobre esa plataforma Ricardo encuentra ecos de la igualdad en la conformación de la esfera pública (“un espacio de debate entre iguales”) en Habermas, lo que le conduce casi de inmediato a identificar exclusión (la “no inclusión”) con desigualdad. De esta manera la cuestión moral que contiene la pregunta por la desigualdad termina formulada en términos que empatan con el reconocimiento del otro, el desprecio al otro y la reacción de los otros frente al desprecio. Desde esta identificación Ricardo concluye que “allí donde el descubrimiento de una evidencia de desigualdad no despierta indignación, la desigualdad, entonces, no es reconocida como tal y se llega incluso a negar su existencia” (página 37).

En punto al reconocimiento de la desigualdad Ricardo transita por el modelo de capacidades y funcionamientos de Amartya Sen y el de pares categoriales asimétricamente relacionados de Charles Tilly. Pasa por el debate sobre la relación entre la distribución y el reconocimiento entre Nancy Fraser y Axel Honneth para aterrizar en un reconocimiento a la necesaria atención a las especificidades que, encuentra, aparece en autores tan disímiles como Rawls, Martha Nussbaum y Otfried Höffe o las advertencias sobre el riesgo de las homogeneizaciones que encuentra en Michael Walzer y en Seyla Benhabib.

Desigualdades y diferencias. La cuestión sobre las identidades conduce al multicultiuralismo que Ricardo repasa revisando a Charles Taylor y a Will Kymlicka, pero también a Iris Marion Young; Nancy Fraser y Judith Butler y a Sheyla Benhabib y Kwame Appiah. Y conduce necesariamente a una nueva revisión sobre la ciudadanía, entendida ahora fuera de cualquier esquema de homogeneización ajeno al papel de las diferencias.

“[P]areciera que la desigualdad es inevitable [nos dice Ricardo], pero también la historia nos confirma que su persistencia produce malestar” (página 54). De ahí la pregunta que uso como título de esta reseña: ¿cuánta desigualdad puede tolerar la democracia?” (página 11). La desigualdad, o “las desigualdades”, que busca abordar Ricardo conforman mallas de tensión en tres dimensiones, la económica, la cultural y la política. Por ello el reconocimiento de la desigualdad como punto de partida “supone organizar la idea de justicia sobre una triada compuesta por la redistribución, el reconocimiento y la representación” (página 51).

Para Ricardo las estrategias de solución al problema de la desigualdad deben ser entendidas como “ideales contrafácticos”, como “parámetro[s] regulativo[s]” que puedan ser usados para comparar las condiciones reales de las sociedades “para, así, conocer qué tan lejos están estas respecto del ideal y qué tantas posibilidades se tiene de progresar hacia él” (página 42, citando a Habermas 2000 y a Apel 1998)”. Ricardo propone “reconocer en la justicia —particularmente en la justicia social— dicho ideal contrafáctico, la oposición a la desigualdad” (página 42).

La propuesta detrás del texto supone que tiene sentido abordar contextos como el nuestro a partir del reconocimiento de las desigualdades como estados de cosas que deben ser modificados. El deber de operar sobre estos estados de cosas da a la construcción un estatuto fundamentalmente moral.

Ricardo muestra que la dimensión ética de la desigualdad está presente en un línea ubicada entre los principales autores de la ética contemporánea. Pero nos muestra además que podemos contar con las teorías sobre el reconocimiento a las desigualdades como una herramienta imprescindible para leernos nuevamente.


Escrito por

César Azabache

Conduce "Conversaciones desde la coyuntura" y "En Coyuntura".Tiene una columna de opinión en La República y publica en espacios digitales.


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