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“Populistas”, en la aproximación de Carlos Meléndez

Publicado: 2023-01-27

Este año Carlos Melendez nos ha entregado “Populistas ¿Cuán populistas somos los peruanos? Un estudio empírico” (Lima, Debate). En el libro Carlos parte de asumir que en el Perú existe una ideación (una “anteojera ideológica”, como le llama) que representa la política como el campo en que se sostiene una batalla entre las “élites corruptas” y un “pueblo honesto”. Carlos describe esta representación de las cosas como resultado de “reflejos opositores” que se traducen en “actitudes y valores compartidos”. Pero observa que la ideación proviene de una “división maniquea de las cosas”; un esquema del tipo “bueno/malo” que sin embargo puede funcionar como “relato estructurante” para el sector de la población que elija reconocerse como “pueblo honesto” y empoderarse como sujeto de la “soberanía popular”. El populismo se construye a sí mismo “desde una mirada confrontacional con el establishment” y construye una narrativa basada en expresiones “simplonas, binarias, dicotómicas”.

La ideación que soporta estas tomas de postura es llamada “populismo” en este trabajo. La construcción no es, como reconoce Carlos, la misma que se emplea para caracterizar economías basadas en la redistribución y en el gasto públicos no controlados en términos de equilibrio fiscal. Tampoco es la que repara solo en el intento de gobernar prescindiendo de organizaciones intermedias, en pretendido contacto directo con “el pueblo”. Carlos define la construcción que emplea como “un mini sistema de ideas-fuerza” que conforman una “ideología delgada”. Carlos afirma que las ideas que soportan los discursos “anticorrupción, “antifujimorista” y “republicanista” constituyen también casos de populismo, en tanto estos discursos estructuran narrativas también binarias cargadas de una moralidad excluyente. Carlos encuentra que “[l]os populismos, históricamente, han requerido un compañero de ruta ideológica”; una ideología “gruesa” como el socialismo, el nacionalismo, el etnopopulismo, el liberalismo o el fujimorismo que les de volumen, porque el populismo solitario “por si sol[o] tiene muchas dificultades para prosperar en la batalla de las ideas”. El populismo, en tanto estructura binaria, “porta división e indignación”; “es reduccionista, simplificador y no tiene la vocación por el reconocimiento pluralista, uno de los principios de la democracia liberal”. Y sin embargo en nuestro caso ha terminado predominando “frente a otros enmarcados complementarios”, las ideologías “gruesas” que les han acompañado.

El populismo, como lo describe Carlos, origina siempre el riesgo de destrozar la dimensión pluralista que encierra la democracia. Sin embargo, en determinadas condiciones, afirma, podría resignificar la dimensión participativa de la política. El populismo, para Carlos, “no tiene por qué ser necesariamente opuest[o] a los valores y principios democráticos”. “[E]l populismo puede ser portador de recursos favorables para la re-democratización de las democracias, como diría Ernesto Laclau”. “El populismo como principio de acción política tiene el potencial para renovar el establishment sobre la base de la participación masiva e incluyente, si es que se construyen instituciones capaces de promover estratégicamente ese involucramiento directo de la gente”. En estas condiciones “un proyecto populista puede cerrar las brechas entre las élites y la plebe, legitimando socialmente a una renovada y emergencia clase política reemplazante de otra, previamente desprestigiada y ajena de las demandas sociales”. Ahí una tensión permanente, que en nuestro caso no ha sido resuelta en términos constructivos, sino destructivos.

Además de presentar el arsenal de construcciones con las que puede abordarse estos asuntos Carlos quiere medir la incidencia que esa ideación puede tener. Nota que el populismo corresponde a algo que se demanda y se ofrece y que, en consecuencia puede originar esquemas políticos exitosos en procesos electorales. El éxito del esquema está en función a que un determinado agente en concreto logre hacer sintonizar oferta y demanda. De hecho Carlos encuentra que el populismo ha sido la narrativa “más exitosa de la historia reciente peruana” y encuentra una relación entre ese éxito y nuestro ser informal. “[S]omos una sociedad predominantemente informal” y el populismo “cala más fácilmente en una masa amorfa, informal, sin consciencia de clase ni virtudes cívicas, aunque imbuida en el sentimiento del compartir una situación de desventaja injusta, la misma que alienta su rebeldía permanente ante la norma, supuesto fundamental de la informalidad”. La informalidad “coopera con la legitimidad del término ‘pueblo’, pues no existe mejor etiqueta para englobar las identidades sociales de las mayorías del paìs” cuando los actores populares no adquieren forma que esperan las ideologías “gruesas”, sean el proletariado del socialismo o el empresario informal del liberalismo. Sin embargo, precisa Carlos, las dos dimensiones básicas del populismo “la división maniquea del mundo y la conceptualización moral de la pugna con las élites… no se nutren necesariamente de la expansión del mundo informal, sino de la polarización ideológica y afectiva en la que hemos casos los peruanos en los últimos años”. El clima determinante del predominio del populismo entonces, en este texto no es la informalidad, sino el proceso de polarización en que nos encontramos.

Repasando la historia reciente Carlos encuentra en Alberto Fujimori un ejemplo exitoso de sintonía provocada entre demanda y oferta populista. Reconoce el pedido que comienza en el año 2000 como uno edificado alrededor del “orgullo disfrazado de años de crecimiento macroeconómico ininterrumpido”. Asigna a los casos Odebrecht haber puesto en evidencia “cual era el pegamento que cohesionaba la política, la economía y la moral de unas élites que prometían el suelo del ingreso a la OCDE sin haber construido instituciones” y asigna al proceso de descubrimiento de esa corrupción el incremento del espacio en que se instaló la “prédica populista” que explica el ascenso de Castillo.

La confrontación entre la mayoría parlamentaria fujimorista y el gobierno tecnocrático de PPK entre 2016 y 2018 representa para Carlos un ejemplo de una dinámica definida en clave populista. El periodo Vizcarra, aunque Vizcarra solo estuviera dotado de una segunda ideología delgada, la “anti corrupción”, no de una “gruesa”, entra también en esta categoría. “Nada mas ante establishment que clausurar el legislativo”, declara Carlos. El ejemplo le sirve además para mostrar que las combinaciones que incorporan el populismo como factor de su ecuación narrativa no aseguran la estabilidad del agente que ensambla el conjunto. Refiriéndose al final de Vizcarra, que cerró el Congreso para que se elija otro que terminó destituyéndolo, dice Carlos: “Si bien el populismo puede permitir que políticos conecten con poblaciones que han sido excluidas de canales de representación, también es posible que la rabia contra el establishment termine tirando para abajo la propia institucionalidad política”, ya que, “[e]n su confrontación, los líderes populistas suelen no tener reparos en vulnerar las reglas de juego democráticas vigentes”. Y estos es especialmente grave en democracias “enclenque[s]”.

Con ocasión al caso Castillo, otro ejemplo de populismo, Carlos nota que la ideación “no ha sido elaborada premeditadamente”. Carlos encuentra que ella se nutre de tres fuentes de formación “la escuela pública, el sindicalismo rural y las iglesias cristianas”. Basándose en ese caso Carlos encuentra que “[e]n el caso peruano, estamos ante un populismo silvestre, que se alimenta de raigambres distintas (pedagógicas, ideológicas y religiosas) y se convierte en un ‘sentido común’ político que fluye con facilidad sin ser contrastado por versiones pluralistas o liberales de la sociedad”. Carlos decida un capítulo completo del libro a revisar la relación entre el populismo de Castillo y el discurso de Vladimir Cerrón, portador de una ideología “gruesa”. Encuentra que la relación entre ambos conduce a un “triunfo narrativo del populismo”.

Carlos enumera y propone la demolición de 6 mitos sobre el populismo en base a una batería de encuesta. Según sus conclusiones, los pobres no son más populistas, los jóvenes no tienen más valores institucionales, los provincianos no son más populistas que los limeños, el centro político es tan populista como la derecha y la izquierda, los populistas si pueden ser demócratas y los electores de Pedro Castillo no son los más populistas.

Carlos cierra el texto invitándonos a aterrizar: “Este libro [nos dice] ha tenido como objetivo regresar a una pregunta tan fundamental como compleja: qué somos los peruanos como sociedad. No ha sido sencillo llegar a la respuesta… aunque el fraseo parezca muy simple: somos populistas, pe”.

Lima, enero de 2023.


Escrito por

César Azabache

Conduce "Conversaciones desde la coyuntura" y "En Coyuntura".Tiene una columna de opinión en La República y publica en espacios digitales.


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