Anunciada la formación de un nuevo movimiento, la Coalición Ciudadana, vuelve a entrar a la agenda nacional la cuestión sobre la reforma política; me gustaría decir mejor, sobre la forma de incidir sobre la composición de nuestros representantes y funcionarios elegidos para gobernar. Imposible abordar nuevamente este asunto, abierto y pendiente desde la transición que comenzó a finales del año 2000 sin buscar a Fernando Tuesta, desde mi punto de vista el politólogo que más tiempo y esfuerzo académico y político ha hecho por construir alternativas en esta área.
Fernando es un personaje de esta historia y tiene en consecuencia un testimonio por ofrecernos. Por ahora todo lo que puede decirnos esta aún disperso en un sin número de publicaciones cortas y grabaciones a las que es posible acceder de diferentes maneras. Para abordar estas memorias en evidente construcción he elegido un texto en particular, “Partidos en su laberinto. Una reforma sin brújula” (DESCO, Perú Hoy 33, páginas 71 a 89) que tiene como enorme ventaja haber sido escrito antes que se escribieran las propuestas del 2019, “Hacia la Democracia del Bicentenario”, el catálogo de propuestas que Fernando ensambló con Paula Muñoz, Milagros Campos, Jessica Bensa y Martín Tanaka, que formaban entonces la Comisión de Alto Nivel para la Reforma Política.
La Comisión no fue solo Fernando. En ese colectivo hay tres importantes especialistas y una constitucionalista de trayectoria. Pero la Comisión también es un punto de referencia en la historia de un Fernando, que además de profesor universitario fue protagonista en la consolidación de la ONPE reorganizada después de la crisis de finales de los años 90. Hay un antes y un después en el modo de plantear el sistema político al rededor de la Comisión. Pero mi intención ha sido buscar al personaje. Y lo encuentro en un texto, un balance cargado de frustraciones y de desafíos escrito un año antes de la entrega de las recomendaciones de la Comisión.
En “Partidos en su laberinto….” Fernando está aún a mitad del camino que inició en el 2001 cuando tomó la jefatura de la ONPE. El texto da cuenta de un momento en particular, las discusiones sobre el Proyecto de Código Electoral que, generado a lo largo de ese proceso, acababa de ser rechazado por el Congreso, en una coyuntura tensa que costó la salida de Patricia Donayre de Fuerza Popular, para entonces dueña de una mayoría dominante en el Parlamento. Fernando escribe desde ese momento. Y extrae de él, de la frustración que representa, una conclusión: “son los congresistas de manera individual quienes tienen en sus manos la reforma electoral” (80) pero “[…]los proyectos de ley son producto de iniciativas individuales de los congresistas y no de sus respectivas bancadas” (89), con lo que, había adelantado en la sumilla del texto “las iniciativas son parciales, no integrales y […] se vuelven más complejas en la medida en que a más exigencia de reformas, más modificaciones de las normas que agregan más que los que resuelven”.
De hecho Fernando caracteriza el ciclo del que resulta esta entrega como uno en que la reforma se había instalado en la agenda “gracias a la conjunción de esfuerzos de la sociedad civil, [la] academia y [los] organismos electorales que, con propuestas, eventos e incidencia en medios de comunicación y redes sociales, han logrado que el Congreso se involucre desde el inicio del periodo parlamentario” (79). La desolación con que cierra el texto es evidente:“no existe comunidad política democrática en donde las reglas de juego no sean estables y respetadas. Ese es el objetivo último de toda reforma, el que por ahora parece lejano” (89). Fernando escribe esta entrega desde un ciclo que, impulsado por un movimiento sostenido de la sociedad civil y de las instrucciones rectoras del sistema institucional, desemboca en muy poco. El movimiento ascendente de demanda de una reforma, nacido de la narrativa misma de la transición termina alcanzando a congresistas que adhieren a él pero solo como personas, congresistas que no logran involucrar en el proceso a los colectivos que integran. Entonces se produjo el desencuentro; el proceso se cayó. La reforma deja de ser dentro del Congreso “un proyecto compartido”, se convirtió en una propuesta que no fue “defendida por los miembros de la propia bancada” de una congresista como Patricia Donayre, que era además una representante visible de Fuerza Popular.
El texto se escribe antes que la historia conceda al colectivo impulsor de la reforma un segundo tiempo: El que desemboca en la formación de la Comisión de Alto Nivel y las propuestas del 2019. Pero el ciclo en que se inscribieron estas propuestas desembocó en el cierre del Congreso del 2019 y su reemplazo por el Congreso que intentó imponer como presidente a Merino, y de ahí al presente, cuando aparece una nueva demanda de elecciones generales con reformas políticas mínimas.
La entrega describe una historia de frustraciones: El intento de la transición, plasmado en la ley de 2003, de reorganizar el sistema de partidos; el reemplazo, que venía desarrollándose desde finales de los noventa, de los partidos de tradición histórica por lo que Fernando llama “los partidos desafiantes” (página 73; Somos Perú, Solidaridad, Perú Posible, el Partido Nacionalista entre ellos). De ahí la imposibilidad de contener el ciclo de fragmentación política que abrió espacio al fujimorismo de los 90 desde estas organizaciones, para abrir el espectro a lo que él en 2018 reconocía como “partidos subnacinoales”, que a sus vez desembocan en las actuales franquicias vaciadas de contenido.
Fernando describe la historia de un fracaso que no cesa en 2018. Pero describe también la agenda de una tarea por construir: La institucionalización de la política, como condición básica para ser país.