Voy a tomarme una licencia personal: contar cómo llegué a este texto. Encontré “La identidad esquiva” de Javier Diaz Albertini1 buscando herramientas para resolver la incertidumbre que me genera enfrentar nuestro entorno; un entorno que no estoy entendiendo; que se me escapa de las manos, como quizá se le escape también a usted, si comparte mi ansiedad por comprender las cosas o tiene una sensación semejante a ella. Es como si los anteojos que portamos fueran incapaces de percibir todos los colores que tenemos delante.
Encontré este ensayo de Javier en medio de esa sensación. Y me atrevo a recomendar su lectura a consecuencia de la satisfacción que me produjo leerlo.
La incertidumbre, el agotamiento en que han acabado nuestras certezas, nuestra relativa incapacidad para encontrar continuidades, la sensación de desamparo que estos desencuentros producen son todas cuestiones que pueden impulsarnos a rechazar lo que vemos como inapropiado, inmoral o exclusivamente corrupto solo por no poderlo asirlo conceptualmente. No se entienda mal: encuentro que corrupción impregna ahora nuestros procesos políticos. Pero no encuentro útil limitarnos a constatar el predominio que la corrupción tiene en este momento en particular. Tampoco encuentro que el lenguaje sobre el castigo al crimen, con ser imprescindible, sea suficiente para tomar posiciones sostenibles en esta coyuntura. Tiene que haber más que entender para explicarnos el lugar en que estamos. Algo que lo explique, algo que nos revele cómo hemos llegado aquí, pero algo además que oriente nuestra acción práctica para resolverlo y salir de esto.
El rechazo al entorno sin un plan de acciones constructivas conduce a la rabia. Y la rabia es también rabia cuando sin atacar a otros explota internamente en alguna forma de desesperanza. Confirmar la vigencia de nuestras aproximaciones y desautorizar de plano el entorno porque no responde a ellas es sin duda un error. Paralizarnos porque no encontramos pistas seguras para entender la que ocurre también es un error. Ahí el motor de la búsqueda que me llevó a este texto de Javier.
“En busca de la identidad esquiva”, de varias maneras, ofrece un punto de partida que encuentro imprescindible para volver a mirarnos y para mirar el entorno: La búsqueda de la identidad; la propia, las propias y las que compartimos. Porque lo primero que muestran el texto es que la identidad resume un ejercicio plural y compartido de construcción de sentido.
Imposible entonces dejar de notar que la construcción de nuestras identidades resulta siempre de un proceso compartido, en el que el reconocimiento de los y las demás resulta imprescindible.
Desde el resumen Javier encuentra en las sociedades actuales incertidumbre, intersubjetividad, complejidad y diversidad. En la aproximación de Javier la compleja relación de estos cuatro elementos, genera un nivel de movilidad dentro del que todo parece ser provisional. Javier recuerda la imagen del nómade, un actor o actora que se mantiene en permanente desplazamiento. Pero recuerda que también el nómade se reconoce o construye su propia identidad en función a un territorio, aunque su apego al territorio tenga otra forma.
Javier relaciona la forma específica de los procesos de conformación de identidades en el presente con la estructura del capitalismo tardío, un modelo que ha “sub institucionalizado a la sociedad porque es un sistema económico que se sustenta en sistemas flexibles, sean estos de producción, empleo, movilidad y nacionalidad”. El capitalismo tardío ha instalado el consumo desenfrenado “como fundamento del funcionamiento de la economía” y ha trasladado “el peso de lo que nos define” del estamento que las personas ocupaban en el proceso productivo “obrero, campesino, burgués” hacia “los estilos de vida que se pueden construir sobre esta base”. La centralidad de los estilos de vida, el factor al que Javier asigna el mayor peso de aquello que nos define” ha llevado a que las identidades se construyan a partir “de la imagen”. Pero, para Javier es “justo en la construcción de la imagen donde podemos captar el enorme peso de la cultura y estructura en la definición del yo, es decir, en la formación de la identidad personal”.
Citando a Castells (2001) Javier recuerda que la identidad es, “en primer lugar, un proceso de construcción de sentido” que es “siempre una definición relacional, siempre negociada con otros y otras”. Pero además, en el terreno de las ciencias sociales, es un concepto útil para analizar las relaciones entre lo socio cultural y la dimensión personal y cotidiana de las personas, en tanto ella está claramente relacionada con la agencia de los actores sociales y la forma en que construyen sus procesos de individualización. “La evolución de las identidades [afirma] nos permite estudiar los procesos de cambio (o de relativo estancamiento) de un conjunto social”.
Javier encuentra que el terremoto instalado por la post modernidad y el capitalismo tardío sobre nuestras certidumbres y certezas no cancela la posibilidad de reconocer identidades sociales, sino que al contrario, ellas “no han desaparecido, sino que se han vuelto menos predecibles y más dinámicas”. Pretender que las identidades sociales “han dejado de ser importantes, dando paso a un desarrollo vertiginoso al imperio de las identidades personales” es para Javier producto de una visión “simplista y muchas veces ego-centrada” de las cosas. Las identidades sociales subsisten y deben ser reconocidas y diferenciadas de las personales; las identidades deben ser además jerarquizadas de acuerdo a su “relevancia” y “centralidad para el sujeto y la sociedad” y relacionadas con el papel que desempeñan en su construcción el territorio y la pertinencia.
La identidad “…. se constituye en la principal fuente de sentido de los actores sociales y colectivos, los posiciona con respecto a los demás dándoles un lugar en un mundo incierto y en un ámbito esencial para ejercer la libertad”. “Al estudiar las formas cómo se construyen y atribuyen identidades [sostiene Javier] estamos analizando el complejo andamiaje sobre el cual se edifica una sociedad en particular y la permanente negociación o pugna entre la tradición y el cambio” .
Javier coloca la construcción sobre la mesa como una capaz de recordarnos que los espacios colectivos se han modificado para flexibilizarse, pero no han desaparecido. Reconstruirlos, aprenden a percibir sus formas cambiantes es la tarea por hacer.
Y parte de la tarea consiste o supone diferenciar los espacios en los que predomina lo intersubjetivo, los particularísimos, de aquellos en los que debe predominar la universalidad y las construcciones institucionales.
Los aterrizajes que se pueden alcanzar desde aquí se muestran, entre otras colaboraciones de Javier en “Ciudadanía y amistad”2: “Una de las principales razones por las cuales no distinguimos las diferencias entre lo particular y lo universal es la debilidad de nuestras instituciones democráticas. En todas las democracias modernas se vive lo personal (familia, amigo, barrio) y lo universal (derechos, deberes, meritocracia). Lo importante es reconocer el lugar de cada uno y no confundirlos”.
La construcción de la ciudadanía, la recuperación de lo público pasan por detenernos en los procesos de conformación de nuestra identidad; aquellos que por momentos se desarrollan casi implícitamente. Pero pasan también por detenernos en la forma en que se organizan las identidades sociales en ese todo conjunto que sigue siendo una sociedad, aunque su dinámica sea distinta.
Lima, 2 de noviembre de 2022.
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1- Díaz Albertini, J. (2014). La identidad esquiva: la relación estructura-persona en sociedades sub-institucionalizadas. Recuperado de http://www.ulima.edu.pe/sites/default/files/research/files/articulo_de_revista_7.pdf
2- Díaz-Albertini, J. (2018). Ciudadanía y amistad. Pie de Página, 1(2), 4-5.