Escribe César Azabache

El viernes 16 de setiembre de 2022 Carmen Mc Evoy y Gustavo Montoya presentaron en el Centro Cultura de la PUCP "Patrias andinas, patrias citadas", un texto escrito, como ellos mismos dijeron, "a 4 manos" propuesto para mirarnos mientras repasamos las escenas decisivas de un ciclo particular de nuestra historia, los años que median entre 1821 y 1829, el periodo de los libertadores.

Una primera enorme razón para disfrutar esta entrega se encuentra en todo lo que representa que dos personas portadoras de historias distintas converjan a escribir juntas en un lugar donde vamos perdiendo el intercambio, el encuentro, el café, el reconocimiento de quien está frente a nosotros y es en realidad una persona que porta una memoria que contar. Carmen y Gustavo, siendo ambos historiadores, responden a miradas distintas, que sin embargo armonizan en esta entrega hasta el extremo de haber logrado eliminar toda diferencia en el impulso del texto, que se lee entonces como si viniera de una sola mano escritora.

Importante símbolo para hablar de identidades, de historias de personas que quedaron olvidadas por la historia oficial en un ciclo, el que transita entre 1821 y 1829, que puede parecernos lejano, pero los autores usan como contexto para buscar claves en la composición de ese ADN de nuestro hacer político que, salvando las distancias que impone el tiempo, nos tiene atrapados en esta suerte de eterno retorno hacia la incertidumbre y la frustración.

Una de las escenas más fuertes que presenta el libro, una de las primeras, nos instala en el destierro de La Mar, apresado y destituido en 1829, en el camino hacia la instalación del primer gobierno del caudillismo que siguió al periodo de los ejércitos libertarios, solo una año después que se aprobara la Constitución de 1828, “la madre de todas”, como le llamó alguna vez Pareja Paz Soldán, y muy pocos antes del corto experimento que representó la Confederación peruano boliviana.

libro patrias andina, patrias citadinas de carmen mc evoy y gustavo montoya.

El libro se instala en la biografía de La Mar, un hombre que no aceptó las tierras que se le ofrecieron después del triunfo de Ayacucho y devolvió el costo de alguna celebración hecha en su honor porque las arcas de un Estado sin recursos no estaban para lujos; un hombre que murió un año después de un destierro al que fue condenado sin portar maletas ni artículos personales; un hombre que porta una vida desde la que los autores saltan a otras vidas de otros guerreros de la independencia que después de las juntas emancipadoras fueron asesinados o desterrados como La Mar, porque acaso nuestras guerras de la independencia no dejaron repúblicas establecidas, sino arcas vacías, espacios vacíos y un volumen importante de tropas que permanecieron deambulando, en nuestro caso, literalmente deambulando en busca de la siguiente conspiración que les permita colocar en el gobierno a alguien que resolviera el problema de fondo: el Perú se emancipó sin contar con un soporte financiero que permita sostener el ciclo que se iniciaba con equilibrio. El Perú se emancipó e intentó constituirse en un “permanente Estado de falencia fiscal” (282). La paga de los soldados, entonces, quedó convertida en cuestión política, en cuestión de sostenibilidad del gobierno. Y en medio de esa precariedad los modelos institucionales que por ejemplo portaba la Constitución de 1828 no tenían como hacerse viables.

La política de la época, nos dicen Carmen y Gustavo, se construye en una realidad virtual poblada por noticias no siempre ciertas y por ende rumores, que circulan en medio de las conspiraciones de facciones. Pero no sólo la política es virtual. También lo son las instituciones de la república naciente, porque más allá de las elecciones definidas en los textos firmados de las constituciones de 1823, 1826 o 1828, el gobierno en este ciclo, y aún en el que de inmediato le sigue, incluso después de Castilla y sus dos constituciones, se toma por golpes de Estado; a los presidentes se les destituye por golpes de Estado, no por los procesos constitucionales que se definen a partir de 1828 en complejas fórmulas que combinan cargos por infracciones a la constitución y debates sobre delitos políticos.

Es el “cambiamiento”. Una pesada construcción que los autores encuentran en una apología al destierro de La Mar, publicada en agosto de 1829 en Piura. Una construcción empleada entonces para presentar el destierro como resultado de una acción de salvaje a una patria que los autores de la nota presentan convertida en simple subordinación al vencedor. El “cambiamiento” como construcción es usado por los autores para representar, en los hechos y en el discurso de justificación del evento, la forma en que se concibió en la época el reemplazo de un presidente por la fuerza, no por una razón madurada reflexivamente, sino por la capacidad que dan las armas. La fealdad fonética de la construcción acaso represente además la manera precaria en que los autores de estos procesos de reemplazo político revisten sus acciones de un discurso aparatoso ensamblado sin pretensión alguna de representar compromisos morales de corte institucional.

Nadie intentó acusar a La Mar ante el Congreso antes de su expulsión en Piura, a pesar de la limpieza con que solo un año antes se había definido el andamiaje teórico para llevar a un presidente a proceso ante el Congreso durante su mandato, por razones políticas y por cualquier delito grave. El proceso político práctico no está encausado al inicio de la república ni lo está después, y quizá no termina de estarlo ahora.

Leyendo el libro imagino a los restos de las tropas extranjeras que tomaron parte en la emancipación deambulando en Lima en busca de paga y subsistencia. Y me pregunto si aún ahora tenemos cuerpos no articulados deambulando alrededor de un Estado insuficientemente asentado en busca de sus propias pagas: universidades no licenciadas, mineros ilegales, traficantes de terrenos, y un largo etcétera que persiste en mantener nuestros procesos políticos como resultado de simples vías de hecho organizadas en atención a simples intereses privados.

Pero el libro contiene además otras historias que muestran otros ADN. Carmen y Gustavo nos muestran aquí las historias de hombres y mujeres que intentaron impregnar nuestro ADN de componentes distintos: ilusión por la emancipación, por la construcción de una patria basada en la búsqueda de una identidad convocante sentida desde los pueblos, desde los lugares en que vivían. Historias de vida de personas honestas, algunas de las cuales terminaron ejecutadas por las masacres que Canterac perpetró a nombre del virreinato intentando responder a la proclamación de la independencia. Historias de heroicidad de ciudades del interior que convergieron en un espacio discursivo, nuestra ilustración, que no fue bastante para contener el pragmatismo faccionista de los generales de la guerra. Pero que estuvo presente, aunque no lograra impregnar la política práctica de su racionalidad humanista y humanizante.

El libro mira el XIX desde la barcaza que se llevó a un La Mar destituido al destierro para dejar el país que había cerrado el ciclo de los libertadores más desgarrado que establecido, más impregnado por el lenguaje de la guerra interior y el golpe de Estado que por el de las instituciones.

Pero los autores no sólo buscan el ADN que nos mantiene fuera de los espacios de búsqueda de equilibrios sostenibles. Buscan una ruta hacia la esperanza. Y nos proponen esa ruta en un cierre que, a través de Jorge Basadre, regresa a Ernest Bloch para buscar alguna forma de retorno a la esperanza como base del aliento.

La historia del libro transcurre entre 1821 y 1828; el texto busca esos elementos del ADN que nos impregnan desde el origen. Pero la trama transita por los colectivos que desde las ciudades del interior y desde la propia Lima intentaron hacer del ciclo el origen de una nación. Y nos alienta desde historias de vida de quienes alentaron ese intento.

Las historias de vida. Tal vez es ahí por donde, de nuevo, hay que empezar a buscar.